Charlamos con Juan José Tamayo, director de la cátedra de Teología y Ciencias de las religiones de la Universidad Carlos III de Madrid, sobre teología de la liberación, encontronazos con la Iglesia Católica y otros temas de actualidad antes de una charla sobre las figuras de Óscar Romero e Ignacio Ellacuría que tuvo lugar en Salamanca.
Gracias por acceder a esta entrevista, señor Tamayo. Para empezar, descubramos qué es la teología de la liberación, ¿cómo se la puede definir brevemente?
Pues la teología de la liberación es una de las tendencias más creativas e innovadoras, que se pone en marcha en América Latina después del Concilio vaticano segundo, y lo que busca es dar razón de la fe como experiencia religiosa de liberación, dar razón o hablar de Dios como Dios liberador y de Jesús de Nazaret como el Cristo libre y liberador de hace 20 siglos y cuya liberación se sigue realizando en nuestros días. Mientras, presenta a la Iglesia como comunidad de hermanos y hermanas.
Desde el punto de vista teológico y ético, el centro y el horizonte es la opción por los pobres. Una opción que es una verdad teológica, ya que tiene su base en el Dios de los profetas de Israel, el Dios del Éxodo, el Dios de la esperanza, el Dios liberador... Al mismo tiempo es una verdad cristológica, ya que la base de la opción por los pobres está en la experiencia de Jesús de Nazareth, que asumió como opción fundamental el estar con los marginados y excluidos para contribuir a su liberación.
Esta teología de la liberación tiene dos momentos. El primero es el del análisis de la realidad, el conocimiento del contexto en que se va a producir la elaboración teológica y ese compromiso liberador. Para dicho análisis, esta teología incorpora una mediación: la mediación de las ciencias sociales. Esa mediación tiene que tener un enfoque abiertamente crítico: las ciencias sociales como teoría crítica de la sociedad que desenmascara los mecanismos de opresión que funcionan, bien manifiesta o bien ocultamente, en la realidad.
El segundo momento sería el momento de la reflexión: una reflexión que suponga estar en la realidad, ubicarse en ella y asumir la realidad con todas sus contradicciones. Es una interpretación que busca poner todo el potencial del cristianismo (doctrina, ritos, organización de la iglesia) al servicio de la liberación de los excluidos y de los marginados.
Tras esos dos momentos, vendría la praxis. Es decir, todo este planteamiento de análisis e interpretación de la realidad desde el horizonte del cristianismo liberador tiene como objetivo desembocar en una praxis, en un compromiso ético que lleva a los cristianos y cristianas a un compromiso que implica colaborar y hacerse presente en los diferentes movimientos que trabajan por la justicia y por una sociedad más igualitaria.
¿Cómo encaja la virtud cristiana en las luchas políticas? ¿Son compatibles?
No solamente es compatible, sino que hay una relación directa entre ambos. La fe, al menos la fe cristiana tal y como la interpretamos desde la praxis, no se queda en una simple teoría del conocimiento teológico, no es una adhesión a unas verdades que te impone el magisterio eclesiástico o las autoridades; la fe se traduce en una práctica que realizan las cristianas y cristianos no en el interior de la Iglesia (que quizás también deberían) sino, sobre todo, visibiliza esa fe comprometida y liberadora a través de su participación en los movimientos sociales y de liberación. Por eso, la fe lleva directamente a ese compromiso. De lo contrario se queda en una actitud escéptica, una creencia mítica o en un simple planteamiento de adhesión doctrinal.
Con la proclamación del Papa Francisco I, ¿cambia en algo la teología de la liberación? ¿Ve usted un cambio real en la Iglesia Católica y una voluntad de acercamiento a los pobres en detrimento de las doctrinas capitalistas?
Yo creo que la elección del Papa no ha cambiado la teología de la liberación. Quien ha cambiado es el Vaticano, adoptando una actitud bien diferente hacia esta teología. Con los papas anteriores, la actitud era de sospecha, de condena, desafección hacia los cultivadores de esta teología, porque consideraban que se habían desviado del camino evangélico, pastoral y espiritual y se habían metido en "camisa de once varas", es decir, en política.
Estos papas hicieron una caricatura de la teología de la liberación, acusándola de marxista, de racionalista, de interpretación política, de vaciar toda dimensión trascendente del cristianismo y de reducirlo a un proyecto temporal y político. Por eso precisamente entendieron que había que condenar esa teología. No obstante, Francisco está adoptando una actitud diferente: lo primero, no condenar la teología de la liberación; segundo, recibir en el Vaticano como símbolo de acercamiento al Padre de la teología de la liberación (Gustavo Gutiérrez); y tercero y más importante, ha incorporado las categorías, el lenguaje y los planteamientos liberadores de la teología de la liberación a su doctrina, de forma que, tanto sus homilías como sus documentos o declaraciones públicas, están marcadas por la idea de que el objetivo fundamental de la fe cristiana es contribuir a la liberación de aquellos sectores en los que el neoliberalismo ha hecho mella.
Yo creo que hay que remarcar que los papas anteriores fueron adversarios de la teología de la liberación, pero este Papa es cómplice y solidario con la teología de la liberación.
Hace unos meses, la religión católica volvía a estar en boca de todo el mundo por enunciados desafortunados en el currículo de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), tales como que se debía "reconocer y aceptar la necesidad de un Salvador para ser feliz“. Para un teólogo como usted, ¿qué opinión le merece?
Esa frase demuestra un desconocimiento de la historia de la humanidad y una concepción demasiado confesional y poco antropológica de la felicidad. La felicidad es una experiencia y una vivencia a la que tiende el ser humano: su destino lógico. Cuando vive, nace y se desarrolla, lo hace para ser feliz. Por tanto, la felicidad está en manos del ser humano.
Luego, que otras experiencias como la fe religiosa o la creencia en Dios puedan ayudar a llegar a esa felicidad es cierto... Pero también pueden obstaculizarla. Con la historia en la mano, la imagen terrorífica que se ha presentado de Dios como un vengador, castigador, un Dios que envía al infierno, yo creo que ha hecho más infelices a los seres humanos que felices.
Por último, ¿podría explicarnos lo sucedido en Barcelona en enero cuando se prohibió una conferencia suya?
Pues verá usted. Había sido invitado por la Parroquia de Sant Medir para dar una charla sobre el mensaje de Ignacio Ellacuría (¡fíjese usted qué título más neutro!). El Arzobispo de Barcelona le comunicó al párroco de la iglesia de Sant Medir que yo no podía dar esa conferencia. ¿Por qué? No le dio razones, le dijo que era una prohibición taxativa.
¿Qué razones veo yo detrás de la prohibición? Pues para empezar, yo creo que es una cruzada contra mi persona. Abiertamente, porque ya era la tercera vez que me lo prohibían. En segundo lugar, que al Cardenal de Barcelona no le gusta que se hable de los mártires, porque el caso del que yo hablaba, el de Ignacio Ellacuría, era el de un mártir que había dado su vida por la fe que le llevó a luchar por la justicia social. Y claro, al Cardenal de Barcelona, al ser príncipe de la Iglesia, seguro que le gustan otros santos más de boato, incienso, sacristía y tradición aristocrática. Más allá de eso, parece que también se dejó decir que yo era muy crítico con la jerarquía eclesiástica y claro...
Muchas gracias, señor Tamayo, por dedicarnos estos minutos tan instructivos.
Gracias a vosotros.
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