En este presente artículo vamos a abordar un tema arduo e
incendiario, que ya en su época provocó un aluvión de críticas, y que aun hoy
sigue suscitando grandes discusiones y debates. La participación de la C.N.T en
el Gobierno central republicano y en el Gobierno autónomo de Cataluña, bajo el
“Frente Antifascista”, es sin duda uno de los pilares básicos a la hora de
analizar el anarquismo, tanto español como catalán.
La ineficacia del Gobierno
La C.N.T no se adhirió al Gobierno republicano desde un
primer momento, sino que en primer lugar el sindicato anarquista adoptó una
posición rigurosa donde se partía de una inexorable acusación hacia los
gobiernos “antifascistas” de coalición. Por ello mismo, la organización anarcosindicalista
hizo suyo un manifiesto, escrito por el anarquista francés André
Prudhommeaux, donde ponía de manifiesto,
nunca mejor dicho, la inutilidad de un gobierno de coalición para detener el
avance franquista. El manifiesto rezaba lo siguiente:
La existencia de un Gobierno de Frente
Popular, muy lejos de ser un elemento imprescindible en la lucha antifascista,
corresponde en realidad a una limitación voluntaria de esta misma lucha. Es
inútil recordar que frente a los preparativos del putsch fascista, los
gobiernos de la Generalitat y de Madrid no han hecho absolutamente nada,
utilizando toda su actividad a cubrir los apaños de los que estaban destinados
a ser, tarde o temprano, el instrumento, inconsciente o no.
La guerra de España es una guerra social. El
papel de un Estado moderador, basado sobre el equilibrio y la conservación de
las clases, no podría ser un papel activo en esta lucha en que los fundamentos
mismos del Estado se encuentran cada día zapados. Es, pues, exacto decir que la
existencia del gobierno del Frente Popular en España no es otra cosa que el
reflejo de un compromiso entre las masas populares y el capitalismo
internacional. Por la fuerza misma de las cosas, este compromiso, que no tiene
más que un valor transitorio, tendrá que ceder su puesto a las reivindicaciones
y al programa completo de la revolución social. Entonces desaparecerá el papel
de negociadores que realizan actualmente los republicanos y liberales en
Barcelona, Valencia y Madrid.
La idea de reemplazar estos gobiernos débiles,
guardianes de los bancos y de las propiedades de la finanza extranjera en
España, por un gobierno fuerte basado en una ideología y una organización
política “revolucionaria”, solo podría de hecho suspender y liquidar la
actividad autónoma de las masas trabajadoras en armas, suspender y liquidar la
revolución.
Se trataría, si el marxismo tomase el poder,
más que de una autolimitación de la acción popular por un astuto oportunismo.
El Estado “obrero”, creado para durar, se propone como tarea inmediata el
canalizar y absorber la totalidad de las fuerzas hoy en libertad en el campo
del proletariado y el campesinado. El Estado “obrero” es el punto final de todo
progreso revolucionario, el comienzo de una nueva esclavitud política.
Coordinar las fuerzas del frente
antifascista, organizar el aprovisionamiento en municiones y víveres a gran
escala, colectivizar a este fin todas las empresas de interés vital para el
pueblo, tales son evidentemente las tareas de hoy. Han sido realizadas hasta
aquí por una vía no gubernamental, no centralistas, no militaristas. Hay que
continuar por ella. Los sindicatos de la C.N.T y la U.G.T encuentran en ello el
empleo de sus fuerzas, la mejor utilización de sus competencias. Por el
contrario, la instalación de un gobierno de coalición, con sus luchas de
mayoría y minoría, su burocratización de las élites, la guerra fratricida entre
las tendencias rivales, todo ello es más que inútil para nuestra tarea
liberadora en España. Sería el desfondamiento rápido de nuestra capacidad de
acción, de nuestra voluntad de unión, el comienzo de una ruina fatal frente al
enemigo omnipresente.
Esperamos que los trabajadores españoles y
extranjeros comprendan la justeza de las decisiones tomadas en este sentido por
la C.N.T y la F.A.I. La aniquilación del Estado es el objeto final del
socialismo. Los hechos han demostrado que a ello se llega prácticamente por la
liquidación del Estado burgués, reducido a la asfixia gracias a la expropiación
económica y no por la disolución espontanea de una burocracia “socialista”. Los
ejemplos español y ruso son testigo de ello.
Cambio de planes
No dio tiempo siquiera a repartir el manifiesto anterior
entre todos los militantes de la C.N.T y F.A.I que tres meses después, a
mediados de septiembre de 1936, la organización anarcosindicalista invertía su
posición para con el Gobierno. La C.N.T, en nombre de la “lucha antifascista”
pidió al presidente Largo Caballero, alias “El Lenin español”, la constitución
de un Consejo Nacional de Defensa compuesto por quince miembros, de los cuales
cinco debían ser cenetistas. De ahí a controlar ministerios había un paso, y
así fue, tanto en el Gobierno central como en el autonómico, la C.N.T obtuvo
carteras ministeriales, como por ejemplo, el Ministerio de Justicia o el Ministerio
de Sanidad.
Esta nueva situación no solo provocaba un problema moral
para el anarquismo, dada la contradicción que supone la participación de
anarquistas en un Gobierno, sino que además, debían preparar nuevos manifiestos
para justificar dicha entrada en el Gobierno. La primera justificación fue la
de crear el Consejo Nacional de Defensa bajo el pretexto de realizar una unidad
antifascista necesaria para vencer. La justificación proseguía bajo la idea de
que no era hora de darse a especulaciones ni “aventuras”. Aunque las carteras ministeriales
obtenidas por la C.N.T carecían de gran importancia, su sola presencia en el
Estado ya debía modificar su acción y su actitud. La nueva idea del sindicato
anarquista fue la necesidad de configuran un nuevo gobierno donde sus ministros
y consejeros se despojaran de concepciones partidistas y se actuara bajo un
solo pensamiento: vencer. Si esta colaboración era franca y desinteresada, en
teoría, la victoria debía sonreír al bando republicano.
La entrada de la C.N.T en el Gobierno central es uno de los
episodios más trascendentales –y sorprendentes- de la historia política de
España. La organización anarcosindicalista partió de una nueva convicción; Con
la entrada de los anarquistas en el Gobierno se reducirán las funciones del
Estado, dejando vía libre a las organizaciones obreras para tomar parte en la
regulación de la vida social y económica del país. El Gobierno solamente se
preocupará de llevar bien la guerra y de coordinarse con las demás fuerzas para
llevar a cabo la obra revolucionaria. La idea era que los ministros anarquistas
llevarían al gobierno la voluntad del pueblo. Se tuvo la certeza absoluta de
que los camaradas cenetistas, elegidos previamente para representar a la C.N.T
en el gobierno, cumplirían su deber revolucionario. No eran gobernantes ni
estadistas, sino combatientes revolucionarios que cambiaban transitoriamente las barricadas y las zonas colectivizadas por
ministerios y despachos por la causa antifascista. Y el triunfo de la contienda
bélica sería tanto más pronto y completo cuanto mayor fuere el apoyo dado por
las masas obreras.
Sin unanimidad
Ante la entrada de
los anarquistas en el gobierno no tardaron en alzarse las voces discrepantes
con tales hechos y empezaron las primeras disputas entre aquel sector
anarquista que apoyó la entrada en los distintos ministerios por el bien del
“frente antifascista” y el sector libertario que consideró una traición a los
ideales anarquistas y a todos aquellos compañeros que habían muerto por su lucha
contra el Estado. Federica Montseny, Joan García Oliver y los demás anarquistas
con cartas ministeriales habían justificado su entrada en el gobierno bajo el
pretexto de que “los anarquistas han entrado en el gobierno para evitar que la
revolución se desvíe y para proseguirla más allá de la guerra”. Esas palabras
se las llevaba el viento, pues después de tres meses de colaboración entre la
C.N.T y el gobierno republicano, en zonas como Levante, Castilla o Euskal
Herria, la contrarrevolución avanzaba aplastando y eliminando todos los avances
conseguidos gracias a las colectividades. El Gobierno, ya instaurado en
Valencia, hace partir columnas y más columnas de la Guardia de Asalto hacia los
núcleos revolucionarios y anarquistas para desarmarlos y someterlos a las
directrices republicano-liberales y marxistas. Es bajo la doctrina del miedo
que, el gobierno republicano, extiende la falsa noticia de “incontrolados” en
los frentes de batalla para poder así usar a la Guardia Civil y Guardia de
Asalto y desarmar las milicias anarquistas y acabar con las colectividades, asignándole
nuevos propietarios y devolviéndolas a sus antiguos dueños si aun estaban vivos
o no habían huido del país. Se denunció por parte de este sector anarquista,
algo que luego se cumpliría: Las maniobras del gobierno republicano tendientes
a una paz con el bando sublevado para parar la guerra, la revolución y las
conquistas sociales conseguidas hasta el momento. Se comete, decían las voces
discrepantes, un grave error al aceptar las formulas autoritarias y
gubernamentales por encerrar grandes errores y fines políticos que nada tenían
que ver ni con liquidar al fascismo ni mucho menos con proseguir la revolución
social iniciada el 19 de julio de 1936. En contraposición a la fórmula del
“Frente Antifascista” como vía para ganar la guerra, se propuso seguir con la
revolución social, añadiendo la creación de un Ejército Confederal y pasar, de
una vez por todas, a la ofensiva en el Frente de Aragón. Acabar con los miles y
miles de guardias civiles y guardias de asalto que no son enviados al frente de
batalla porque tienen que liquidar a los “incontrolados”. A todo esto, se
añadía la petición de una industria de guerra “seria” que proporcione el mismo
arsenal militar a todos los frentes y organizaciones sin distinciones ideológicas,
como estaba ocurriendo hasta ahora con los frentes donde operaban las milicias
anarquistas. Ante el incesante colaboracionismo entre la C.N.T y el Gobierno,
el sentimiento en los frentes era cada vez más desesperante y poco
entusiasmado. Ya no había fe nueva, ya no había una idea general de transformación
real, el ímpetu que había dado la revolución social a la guerra se iba apagando
cada vez más y más, la guerra se iba convirtiendo poco a poco en una simple
guerra nacional más, donde solo se luchaba por no morir. Otra de las críticas
que se hizo a ese sector anarquista afianzado ya en el Gobierno, era su
complicidad con el gobierno bolchevique instaurado en la U.R.S.S que perseguía
a toda oposición anarquista o simplemente no leninista, y que el sector de la
C.N.T liderado por Federica Montseny y cia., en aras de mantener la cohesión en
el “Frente Antifascista” defendía y apoyaba. Los anarquistas que estaban en el
gobierno, se decía, solo servían de
“gorro frigio” a políticos republicano-liberales que flirteaban con el enemigo y que
pretendían restaurar la “república de todas las clases”. El dilema de “guerra o
revolución”, pues, no tenía sentido. El único dilema era éste: o la victoria
sobre franco gracias a la guerra revolucionaria, o desastre.
La respuesta
internacional
Tras estos últimos acontecimientos en relación con la C.N.T,
los días 11, 12 y 13 de junio de 1937 la A.I.T (Asociación internacional de
Trabajadores) organizó un pleno extraordinario donde se constató la siguiente:
1.
Los recientes acontecimientos en Barcelona han
buscado quitar a la C.N.T el control de las empresas y expulsarlas de sus
locales y centros donde predomina el ideal anarquista, aplastando la revolución
social.
2.
Todo viene a través de un complot desde hace
meses, por parte de los gobiernos de Valencia y Barcelona, que siguen las
directrices del Partido Comunista Español, y este ejecuta las órdenes del
gobierno soviético.
3.
Que todo este plan-complot tiene carácter
internacional y sirve a los intereses capitalistas angloamericanos. Se desea
estrangular la revolución social para implantar una república “democrática y
parlamentaria”.
El pleno declaró lo siguiente:
a)
Que la guerra desencadenada por un levantamiento
militar y fascista debe tener el carácter de emancipación total del
proletariado español y, por esto mismo, solo puede ser una guerra
revolucionaria.
b)
La revolución social debe ser la única
preocupación de la C.N.T
c)
La admiración por el valor invencible de las
masas campesinas y obreras de España y particularmente de las organizadas bajo
las banderas de la C.N.T. sigue intacta pese a todas las vicisitudes de la
lucha desigual.
d)
Solamente la solidaridad del proletariado
revolucionario de todos los países puede suponer el triunfo de la revolución
social. La socialdemocracia reformista, así como el bolchevismo de la escuela
‘estalinista’ o ‘trotskysta’, ya sea el P.S.U.C o el P.O.U.M, son igualmente
peligrosos para la realización de la revolución.
e)
La guerra revolucionaria y la transformación
social debe excluir por parte de la C.N.T toda participación o entendimiento
con los gobiernos de Valencia y Barcelona. Dado los acontecimientos ocurridos,
se considera menester la retirada oficial de la C.N.T del “Frente Antifascista” para proseguir,
junto a elementos verdaderamente antifascistas, la revolución emancipadora.
La A.I.T. adopta un compromiso de continuar apoyando la
revolución social española.
El pleno concluía con la petición al secretariado de la
A.I.T. que comunique a la C.N.T., en cada ocasión propicia, el sentir de la
A.I.T. en todo acontecimiento importante que pudiera desarrollarse en España.
Después de más de setenta años resulta sencillo enarbolar la
crítica, lapidar a los hombres y a la mujer que, por la fuerza de los
acontecimientos, debieron ocuparse de puestos gubernamentales.
Ante todo hay que colocarse en el contexto histórico de
1936, no ver los acontecimientos desde el punto de vista del 2015, sino bajo el
prisma de la situación de la C.N.T. y de todo el movimiento anarquista en el
1936.
Todo comenzó desde el día en que se transformaron los
Comités de Milicias Antifascistas de Barcelona en lo que se llamó “Consejo de
la Generalitat”. ¿Era necesario dar ese paso? El problema se planteó en el
mismo seno del Comité. Se discutió durante días y noches enteras en plenos y
reuniones varias. Los anarquistas representantes de los sindicatos y grupos
libertarios consideran un error garrafal
decidir continuar solos en el Comité de milicias, ya que eso supondría romper
el frente antifascista y hacer frente a la contienda bélica de forma solitaria.
La participación en los organismos que constituyen el Estado comenzó en ese
mismo momento.
Para comprender esto también debemos recordar y analizar el
abandono total al cual condenaron la gran mayoría de las organizaciones del
mundo entero, las maniobras de las demás fuerzas políticas españolas y el
naciente chantaje del Partido Comunista, cada vez más fuerte por la ayuda
soviética, la única, junto con la ayuda de México, que llegó a una España
totalmente desarmada ante un bando sublevado que recibía armamento, dinero y
hombres de Alemania e Italia.
Esta primera participación gubernamental se quiso, desde un
primer momento, esconder bajo conceptos como “Consejo de la Generalitat” y
“consejeros” para no provocar, de momento, un debate ideológico en el seno de
la CNT sobre los principios antitéticos como son anarquismo y Estado. Aun utilizando los eufemismos que se deseen,
ya no había marcha atrás. El primer paso estaba dado. Más tarde, cuando Largo
Caballero constituyó su primer gobierno “de guerra”, haciendo entrar a los
comunistas e invitando a la C.N.T., empezaron a sonar las primeras alarmas y
voces discordantes con el camino que estaba siguiendo la C.N.T. La sombra de
Kronstadt, de la Ucrania libertaria aniquilada, se perfilaba.
Para la entrada de los anarquistas en el gobierno, se buscó
que quedaran representadas las dos tendencias dominantes en la C.N.T.: López y
Peiró. En las discusiones y reuniones de la mesa de consejeros cualquier
opinión discordante con los mandatos del Partido Comunista o de Largo Caballero
era tratada de “deserción”. Los anarquistas ya en el gobierno hubieron de
aceptar puestos de jefes de cuerpo de ejército, de jefes de policía, de
directores de prisiones, de comisarios políticos, etc. ¿Los López y Peiró
estaban sedientes de poder y por ello aceptaban estos cargos? Rotundamente no,
en ningún momento nadie se preocupó por su porvenir personal. Pero la llama de
la revolución social se iba apagando poco a poco. Mientras los hombres de la
C.N.T. y F.A.I. se iban multiplicando por los distintos escalones del poder
gubernamental, la situación en la calle se deterioraba día a día. “No se puede
estar a la vez en la calle y en el gobierno”; esta era la consigna que se iba
oyendo cada vez más entre las bases del sindicato anarquista. La C.N.T. estaba
en el gobierno, pero la calle se les escapaba de las manos. Habían perdido la
confianza de la clase trabajadora y la unidad del movimiento se desmoronaba
cada día más y más.
A partir de junio de 1937 la guerra estaba virtualmente
perdida; la revolución social, también. Las disensiones dentro del gobierno “de
guerra” se hacían notar, el sector republicano-liberal, con apoyo de algunos
anarquistas, consideraban que había que encontrar una salida “pactada” ante la
catástrofe que se avecinaba. El resto, por el contrario, coincidían en combatir
hasta el final aunque fuera previsible la derrota.
Finalmente la guerra y la revolución se perdieron, dejando
paso a cuarenta largos y pesados años de dictadura franquista. ¿Fue cómplice de
estas perdidas la C.N.T. por participar en el gobierno? ¿Debió la organización
anarcosindicalista más numerosa de nuestra historia haber disuelto la
Generalitat cuando tuvo oportunidad? Las ucronías son muy osadas y peligrosas,
es por ello que dejamos al lector imaginar lo que prefiera.
El caso de la C.N.T. es un caso único en la historia mundial
del movimiento obrero y revolucionario. Tras un acercamiento a la política
gubernamental, en la que algunos de sus hombres se perdieron para siempre, una
gran mayoría volvió a las bases del anarquismo, vacunada contra todo
colaboracionismo gubernamental, convencida ya de que solamente la acción
directa de la clase trabajadora puede conducir a la transformación social que
libere al ser humano y suprima la sociedad de clases. Todas aquellas personas
anarquistas que pasaron por los puestos de dirección militar, administrativa o
política, salieron de ellos desalentadas y más opuestas que nunca al Estado,
sea cual sea su forma que lo reviste.
“Si nosotros hubiéramos ganado la guerra, la revolución
hubiera seguido su curso. Nada ni nadie hubiera impedido que lo que había
comenzado el 19 de julio por la mayoría del pueblo se desarrollase y llegase a
su fin. Probablemente, es ésta la razón por la cual la guerra debía perderse y
la revolución ser asesinada”. Federica Montseny.
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