Las
relaciones en el seno del Gobierno israelí no pasan por el mejor momento desde
que éste se constituyera hace ya casi dos años. La reciente ofensiva militar
sobre Gaza tampoco ayuda a mejorarlas.
Desde que, a comienzos de 2013,
Benjamín Netanyahu revalidara su mandato
al frente de la jefatura del Gobierno, los desencuentros entre los miembros
de su Ejecutivo no han hecho más que aumentar en número: Las diferencias
ideológicas de los hombres y mujeres que lo integran son más públicas que
nunca.
Netanyahu venía de una
legislatura (2009 – 2013) sosegada gracias al apoyo de los judíos ultraortodoxos, que le habían permitido
gobernar con estabilidad y, sobre todo, con mano dura, pues eran los menos
reticentes a agredir de manera violenta, explícita y directa a los palestinos.
Pero, a la vez, había sido una legislatura marcada por el distanciamiento de su
gobierno con el de Estados Unidos, liderado por Barack Obama, pues éste era crítico con la gestión de Netanyahu del
conflicto palestino-israelí, ya que consideraba que “no era necesario
extralimitarse en período de paz”, es decir, cuando la Intifada (rebelión árabe
contra Israel) ya había acabado.
Por este motivo, y con el
objetivo de recuperar la confianza de la
Casa Blanca, Netanyahu inició un acercamiento
al centro político israelí, prescindiendo de los ultraortodoxos (extrema
derecha) en la formación del nuevo gobierno tras las elecciones de enero de
2013. Para ello, formalizó una base legislativa que incluía a cinco formaciones
políticas, de cuyos líderes pasarían a formar parte de ese gobierno: Likud (derecha), del primer ministro
Netanyahu; La Casa Judía (derecha),
del actual ministro de Hacienda Naftali Bennett; Israel Beytenu (derecha), del ministro de Asuntos Exteriores
Avigdor Lieberman, Yesh Atid
(centro), del ministro de Economía Yair Lapid; y Hatnúa (centro), de la ministra de Justicia Tzipi Livni.
En definitiva, Netanyahu
pretendía “moderar” su línea de gobierno con esta remodelación tras el cambio
de legislatura, pero, desde entonces, la inclusión en el gobierno de políticos
de ideologías tan poco cercanas sólo ha servicio para torpedear las decisiones
del jefe del Gobierno.
Una de las primeras medidas en
adoptar el primer ministro en primavera de 2013 fue encargar a Tzipi Livni, la ministra menos
beligerante con los palestinos, atender el plan de paz propuesto por Estados
Unidos al nuevo Gobierno de Israel y tras la ofensiva sobre la Franja de Gaza ‘Pilar Defensivo’ de noviembre de 2012,
la anterior a la del verano de 2014.
Tzipi Livni, ministra de Justicia |
El secretario de Estado
norteamericano, John Kerry, confiaba en que el distanciamiento de los
ultraortodoxos daría una oportunidad a israelíes y palestinos para entenderse,
pero, durante el año que duraron los intentos de conciliación, tanto Kerry como
la ministra Livni descubrieron que el compromiso con la paz de Netanyahu al
encargar a la ministra participar en las conversaciones no era real, sino que
se trataba de “una farsa para quedar bien de cara a la galería y a Estados
Unidos”, como aseguraba la propia Livni: “Netanyahu
no quiere la paz con los palestinos y me
ha estado utilizando para quedar bien ante las cámaras”, se quejaba.
Netanyahu ponía trabas al plan
de paz estadounidense a espaldas de Livni durante el año que duró el proceso
hasta que, en abril de 2014, rompió toda relación con la Autoridad Nacional Palestina tras el anuncio de ésta de la reconciliación entre Hamás y Fatah.
En verano de 2014, durante la ofensiva ‘Margen Protector’, los
ministros de derecha acusaban al primer ministro de “no defender los intereses
de Israel” y de “permisivo” ante Hamás, lo que casi le vale la renuncia al
cargo de ministro de Avigdor Lieberman
en protesta por las decisiones del Gobierno, mientras que los ministros de
centro y centro-derecha le acusaban de “extralimitarse con los palestinos” y de
“poner a Israel en el blanco de la opinión pública internacional” por las
matanzas de civiles en Gaza.
El encontronazo más reciente,
por último, ha sido la decisión de los ministros Livni, Lapid y Lieberman de promover
la conversión secular (o laica) al
judaísmo, lo que, traducida al caso de los matrimonios y en un país
católico, por ejemplo, sería el “matrimonio por la Iglesia” y el “matrimonio
por lo civil”; es decir, permitir que quien quiera convertirse al judaísmo
pueda proceder directamente a través del Estado sin tener que acudir a las
confesiones religiosas.
Avigdor Lieberman, ministro de Exteriores |
Esta decisión ha contado con la
negativa de Netanyahu y, sobre todo, del único partido clerical del Gobierno, La Casa Judía, que considera que la
acción de “producir judíos” debe realizarse en las sinagogas y no en los
ayuntamientos.
Y, así, un largo etcétera.
En definitiva, el cambio de
estrategia de Netanyahu en 2013 sólo le ha traído problemas y varios intentos
por parte de sus ministros de romper con el Gobierno. Los analistas políticos
israelíes pronostican dos posibles escenarios: vuelta con los ultraortodoxos o elecciones anticipadas.
Si el primer ministro quiere
estabilidad asegurada sin pasar por unas elecciones a mitad de legislatura,
deberá remodelar su gobierno y buscar de nuevo el apoyo de las fuerzas de
extrema derecha en el parlamento para volver a su faceta original antes de
2013. Si, por el contrario, no quiere revivir el pasado y tampoco mantener el
presente, deberá renunciar al cargo y convocar elecciones, escenario que, según
las encuestas, fragmentaría aún más la política israelí.
No hay comentarios :
Publicar un comentario