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Una década sin Arafat

Hoy, 11 de noviembre, se cumplen diez años de la muerte del líder palestino Yasser Arafat. Todo un pueblo se ha volcado en quien fue (y sigue siendo) su líder más preciado. 

Con un Arafat agazapado sin luz, sin agua, con frío y con un teléfono con apenas batería en una esquina del palacio presidencial de la ANP en Ramala sitiado por las Fuerzas de Defensa de Israel, el mundo contemplaba una de las últimas imágenes del presidente palestino antes de su fallecimiento.
La vida de Yasser Arafat fue una vida de persecuciones, beligerancia y fracasos, pero también éxitos y momentos de entenderse con el otro.

Con la fundación de Fatah en Kuwait en 1959, unos jóvenes guerrilleros ponían los cimientos para el nacimiento de lo que posteriormente sería el nacionalismo palestino. Tras años de deambular sin rumbo y sin casa, los refugiados palestinos que vivían en el exilio vieron en estos hombres, abanderados por un hombre que respondía al nombre de Yasser Arafat, la oportunidad de recuperar lo perdido en la guerra, lo que atrajo la atención de cientos de palestinos que se unieron a las milicias armadas de Fatah con sede en Kuwait. 
Yasser Arafat
La Liga Árabe, integrada por todos los Estados árabes de Oriente medio y el Magreb, entendió que la única manera de reconstruir el Estado de Palestina (desaparecido tras la guerra árabe-israelí de 1948) era unificando todos los movimientos de palestinos para dar solidez desde la sociedad civil a las bases de ese futuro Estado. Por ello, fundó en 1964 la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), una organización que agrupaba a todas las milicias y facciones que tenían el común objetivo de recuperar los territorios palestinos ocupados por Israel. 
No obstante, Arafat no quería que el nacionalismo palestino dependiera de los países árabes vecinos, por lo que renunció a que Fatah se integrara en la OLP y dedicó su tiempo a moverse por los Estados petroleros del Golfo con la idea de recaudar dinero de particulares para su causa, lo que reforzó económicamente a Fatah y con el que financió las primeras incursiones de milicianos armados a Israel desde “bases” vecinas como Líbano o Siria, lideradas, a menudo, por el propio Arafat y sin el respaldo de la Liga Árabe, que no compartía su manera de actuar.

Este hecho permitió el fortalecimiento de Fatah frente a la OLP tras la Guerra de los Seis Días (1967), ya que la contienda perjudicó a las facciones palestinas cercanas a los países árabes del entorno, países que habían perdido contra Israel y cuya derrota, por tanto, arrastró a esas facciones con ellos: El desgaste ocasionado y el encontrar a sus aliados árabes fuera de juego obligó a la OLP a tender la mano a Arafat, quien aceptó al año siguiente con la condición de que la OLP pasase a ser un organismo palestino independiente.
Con el ingreso del partido de Arafat en la OLP, Israel, que ya había puesto la vista en él, no quería que reforzara de nuevo el nacionalismo palestino, desmoralizado tras la reciente guerra. Por ello, lanzó una gran ofensiva militar sobre la aldea de Karamé, en Jordania, donde se encontraba la sede de Fatah. Con fusil en mano, Arafat y los miembros de Fatah defendieron sus posiciones hasta la llegada de las tropas jordanas, tras lo que las israelíes se retiraron para evitar otra guerra a gran escala.
El acontecimiento de karamé, insólito en la historia de Oriente medio, catapultó a Arafat a la fama por haber resistido las embestidas de las tropas israelíes sin rendirse, lo que le hizo ser aclamado como un héroe en el mundo árabe y llegando su cara a las portadas de la prensa de todo el mundo: El entonces presidente de la OLP dimitió y Arafat ocupó su lugar, siendo Fatah el partido con más peso dentro de la organización.

Acuerdos de Oslo, 1993 
Desde su posición de presidente de la OLP, Arafat pidió la creación del Estado de Palestina en los territorios de Gaza y Cisjordania, petición que contó con el ‘no’ rotundo de Israel, que tenía el control de esos territorios. Frente a esto, la OLP inició una campaña de incursiones militares y atentados contra Israel a los que éste respondió con dureza y más represión en los territorios ocupados. 
La situación llegó a tal extremo que, en 1987, con el estallido de la primera Intifada (rebelión civil de palestinos contra las Fuerzas de Defensa de Israel), tanto Israel como Arafat vieron la necesidad de llegar a un acuerdo que pusiese fin a las hostilidades que se materializó con los Acuerdos de Oslo en 1993, que pusieron fin a la Intifada: la OLP reconocería a Israel como Estado e Israel aceptaría, igualmente, la creación de un Estado palestino, con lo que iría cediendo territorios ocupados para dar base geográfica a ese futuro Estado.
El primer ministro israelí de entonces, Isaac Rabin, y Arafat se dieron la mano tras el acuerdo, lo que les valió el premio Nobel de la Paz al año siguiente. El acuerdo, además, supuso la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), un organismo reconocido por la totalidad de la comunidad internacional que se encargaría de gestionar los territorios palestinos ocupados durante el proceso de transición, del que Arafat, igualmente, pasaría a ser el presidente.
No obstante, el sueño de Arafat duró poco, ya que el asesinato del primer ministro israelí Rabin a manos de un ultraderechista judío en 1995, la victoria en las elecciones israelíes de 1996 del Likud, partido de derecha que se oponía a la política de “paz por territorios” y los atentados de Hamás, grupo palestino islamista que había encontrado en la Intifada su caldo de cultivo, entre otros motivos, frustraron el proceso de paz y, ante la nueva escalada de violencia y represión, una nueva Intifada estalló en el año 2000, a la que Israel respondió con armamento pesado, vehículos acorazados y helicópteros y aviones caza y que dio por sepultadas las aspiraciones de los palestinos.

Yasser Arafat, finalmente, murió por causas todavía desconocidas el día 11 de noviembre de 2004.

A día de hoy, Arafat es el eterno e indiscutible líder de los palestinos. Logró que su pueblo, tras décadas en la exclusión y en el olvido, fuese reconocido por la comunidad internacional y su estatus, discutido en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Junto al fundador de Hamás, Ahmed Yasín
Los analistas políticos coinciden en que Arafat siempre supo estar a la altura de las circunstancias: sonrisa y tender la mano, pero siempre con una pistola o un fusil en la cintura. Cuando tocaba entenderse con Israel, Arafat no dudaba en acudir a sus citas con representantes israelíes, norteamericanos y, en general, de todo el mundo, lo que le valió enemistarse con Hamás en más de una ocasión. No obstante, Arafat, que creía firmemente en la unidad de los palestinos, no dudó en gestionar desde la ANP (y junto con los gobiernos de Jordania e Israel) la vuelta de Ahmed Yasín, jeque fundador de Hamás, a Palestina tras haber sido detenido durante la primera Intifada. 


A pesar de las discrepancias actuales entre Hamás y Fatah, en definitiva, Arafat siempre tendrá un hueco en los corazones de los palestinos, por no haberles dejado tirados nunca, algo que los propios palestinos reconocen: “Cuando las demás naciones árabes se retiraban, él seguía ahí”. 

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